Aquí regreso con una nueva entrega de las aventuras y desventuras de nuestro errante caballero.
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Hola a todos una vez más.
Aquí regreso con una nueva entrega de las aventuras y desventuras de nuestro errante caballero.
“Perplejos, los lugareños interrumpieron la siniestra celebración para volver la espalda a su macabro trofeo y mirar en dirección a Matapuercos. En efecto, el viento sur empujaba una densa humareda hacia la montañas.
—No es posible —negó uno con la cabeza.
—Tiene que ser una broma —incrédulo, protestó otro.
Mientras la mayoría trataba de asimilar lo que estaba viendo, unos pocos corrían ya de vuelta a sus hogares. Atrás habían dejado a heridos, niños y ancianos. Eran pocos los que, por obligación, conciencia, o falta de estómago, se habían mantenido al margen de la ejecución. El pueblo ardía bajo la luz del atardecer y no había quien lo defendiese del fuego.
Así que dejaron los despojos de su chivo expiatorio a merced de los cuervos y marcharon en tropel, sin orden ni concierto. Dieron igual las llamadas al orden de Ordoño y de Pascual. En su urgencia empujaban lo mismo a convecinos que a soldados. Conforme se acercaron al pueblo pudieron ver como extrañas bolas de fuego sobrevolaban los tejados. Saltaban de uno a otro. Entraban y salían por las ventanas de las casas. Allí donde tocaban tela, paja o madera la combustión era instantánea. Ahogados gritos de confusión les llegaron a los oídos.
El paladín y la sanadora iban en el pelotón de cabeza. La casa de Lorena estaba alejada de las llamas. Pero el lugar donde sus pacientes guardaban reposo, con todos aquellos lechos acumulados era extremadamente vulnerable al fuego. En cuanto a Tudorache, era otro el temor que lo espoleaba. Sin dejar de correr miraba a un lado y a otro. Buscaba a Conrado. Era él quien había guardado las alforjas cargadas de artefactos incendiarios.”