David Velasco
ES
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Se basa en un relato que escribí hace tiempo dentro del universo de Expediente Anunnaki, que ahora ha crecido inmensamente al convertirse en toda una partida de rol. Éste es su comienzo:
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Se basa en un relato que escribí hace tiempo dentro del universo de Expediente Anunnaki, que ahora ha crecido inmensamente al convertirse en toda una partida de rol. Éste es su comienzo:
Las Vegas, Nevada
Estados Unidos de América
Aunque jamás se lo había propuesto, la verdad era que allí estaba, ejerciendo la prostitución en una ciudad tan fascinante y despiadada como Las Vegas, donde solo importaba una cosa, el dinero. Criada en su pequeño rancho de Texas, nunca hubiese imaginado que a sus 26 años estaría allí, ganándose la vida gracias a la profesión más antigua del mundo. Cierto era que a veces se odiaba a sí misma por todo lo que se veía obligada a hacer, pero por nada del mundo iba a dejarlo. El dinero fácil resultaba un aliciente capaz de convencerla para seguir adelante, día tras día. Y eso a pesar de que la prostitución en Las Vegas era algo ilegal, muy al contrario de lo que dictaba la creencia popular. Aunque muchos de los que viajaban hasta allí lo hacían con la idea de cometer todo tipo de excesos, lo cierto era que la prostitución en Nevada solo estaba permitida en los condados con menos de 400.000 habitantes, hecho que excluía claramente a Las Vegas, ciudad en la que Sam, diminutivo con el que solían llamarla, se veían obligada a ‘trabajar’ en la clandestinidad.
Aquella noche, como casi todas, Sam trabajaba en el Sirenias, un lujoso club de striptease en el que cada semana lograba embolsarse un buen puñado de dólares. Pero además el local le servía para conocer a sus futuros clientes, quienes totalmente excitados por sus provocativos y lascivos contoneos, no dudaban en llevársela hasta su propia habitación de hotel. Y ahí estaba el verdadero negocio de Sam, ya que ganaba infinitamente más trabajando de puta, que moviendo el culo subida en un escenario. Todo ello sin tener en cuenta el dinero y los múltiples objetos de valor que robaba incansablemente a sus clientes, pues la cleptomanía era uno de los rasgos que más identificaban a la bella y delicada Samantha. En esa ocasión, todo marchaba como siempre.
Había conocido a aquel tipo en el Sirenias y tras seducirlo mostrándole sus encantos, había conseguido que contratara un baile privado en uno de los reservados del local. Al igual que había hecho mil veces, Sam se desnudó únicamente para él, dejándose tocar y moviendo con fuerza su cintura sobre la entrepierna de aquel hombre casado y falto de pelo, que estaba de viaje de negocios en la ciudad. Cuando su erección fue claramente visible bajo la tela del pantalón, Sam no dudó en ofrecerle sus servicios más privados e ilegales, que por supuesto no podía ejercer en el interior del Sirenias. Por eso se marchó con él hasta su hotel, donde podría complacerlo hasta hacerlo gritar.
—Me apetece una copa —le dijo Samantha en cuanto estuvieron a solas en el interior de la habitación.
—¿Qué quieres, encanto? ¿Ron, whisky…?
—Si puedo elegir, yo siempre bebo ron.
—¡Oh, eres de las mías! Así me gusta. Te acompañaré.
Rápidamente, Adam asaltó el bien surtido minibar, preparó dos copas y le entregó una a su compañera, que la recibió con una sonrisa.
—¿Quieres que baile para ti? —le preguntó entonces Sam a su cliente, mientras le ponía una mano en el pecho y lo empujaba para que se sentara en el borde de la cama.
Con la más estúpida de las sonrisas pintada en el rostro, Adam se dejó agasajar. De ese modo tomó asiento para disfrutar del espectáculo y degustar tranquilamente su bebida, pero estaba bastante borracho tras todo el alcohol que había ingerido en el Sirenias y lo poseían las ganas de orinar. Por eso tuvo que salir corriendo hacia el aseo en cuanto Sam dejó sus pechos al descubierto y la erección se apoderó de nuevo de su miembro. Experta en situaciones como esa, la joven de Texas esperaba con ansias que llegara ese momento, por lo que no dudó en aprovecharlo al máximo. Inmediatamente corrió hasta su bolso, donde guardaba un potente somnífero. Sin vacilar, vertió con presteza el contenido de una pequeña bolsita en el cubata de Adam y cogió el vaso para ofrecérselo en cuanto este regresó.
—Toma tu copa —le dijo mientras le tendía la adulterada bebida. Completamente excitado y sin querer perder ni un minuto más, Adam cogió el ron y apuró de un solo trago lo que aún quedaba. Entonces se abalanzó sobre su compañera y comenzó a lamerle los pechos, incapaz de contenerse por más tiempo.
Siendo muy consciente de que su presa había caído por completo en su trampa, Samantha lo recibió con una sonrisa, dejándole disfrutar de su desnuda piel mientras lentamente lo conducía de regreso a la cama. La mano de Adam se deslizó entonces hasta la entrepierna de Sam, que se dejó hacer a la vez que le devolvía el favor. Por eso estando ya tumbados, desabrochó su pantalón para ponerse manos a la obra, aunque no tuvo necesidad de seguir adelante. Estaba claro que o su cliente había bebido de más o la droga le había provocado un efecto mayor del esperado, pero lo cierto era que allí estaba aquel tipo, dormido con la boca abierta, con la baba chorreándole de los labios y roncando como un cerdo.
Asqueada, Sam se levantó de la cama y se vistió con rapidez, satisfecha con lo bien que había transcurrido la noche, aunque esperaba que lo realmente bueno llegase a partir de ese instante. Por eso comenzó a registrar la habitación y lo primero que miró fue la cartera de aquel putero, que había dejado sobre un pequeño escritorio. Sam la revisó a fondo y sonrió con ganas al ver una fotografía de su cliente con la que sin duda era su esposa.
«¡Maldita idiota! —pensó mientras observaba la imagen—. Seguro que estás en tu casa cuidando de vuestros hijos mientras tu marido se folla putas en Las Vegas».
Pero más allá de los cuernos que pudiera tener aquella desdichada, a Samantha lo que realmente le importaba era el dinero. Así que dejó la cartera donde estaba y se olvidó de ella en cuanto sacó 400 dólares que se guardó en su bolso.
Acto seguido continuó investigando, en busca de un nuevo botín. Por ello se centró en una maleta que por suerte estaba abierta, puesta en el suelo en una esquina de la habitación. Pero tras revolverla de arriba abajo solo encontró ropa, nada interesante que poder llevarse. Frustrada, dejó atrás el equipaje y se dirigió hacia un gran armario. Cuando Sam abrió las dos puertas, una sonrisa se apoderó de su rostro, ya que supo con certeza que la noche se le había dado bien.
Puesto sobre una de las baldas había un iPad protegido por una elegante funda de cuero y junto a él descansaban unas caras Ray-Ban. No obstante, aunque sabía que podría sacar bastante por aquello, la atención de Sam no estaba centrada en tales objetos, ya que lo que realmente la había hecho sonreír era un maletín de aluminio que se encontraba en otro de los anaqueles. La sorpresa de Samantha fue aún mayor cuando tras sacarlo del mueble vio que tenía dos cierres con combinación numérica, lo que indicaba que su propietario debía de emplearlo para guardar algo de valor. Sam trató entonces de abrirlo, pero como era de esperar el maletín estaba bloqueado, aunque ese hecho no le preocupó en absoluto. No era la primera vez que se enfrentaba a cerraduras como aquellas, compuestas por tres pequeñas ruedas con los números del 0 al 9. Por eso sabía de sobra que probando todas las posibilidades, del 000 al 999, como mucho en veinte minutos tendría abierto el maletín. Así que no lo dudó ni un instante y se dispuso a marcharse cuanto antes de ahí.
Complacida con el botín y harta de escuchar los ronquidos de su cliente, que continuaba donde lo había dejado durmiendo a pierna suelta, Sam guardó las gafas en su bolso, cogió el iPad en una mano y con la otra agarró el maletín. Entonces salió de la habitación y tras cerrar la puerta a sus espaldas, se alejó por el pasillo sin mirar siquiera atrás.
Mientras iba en un taxi hacia el apartamento que tenía alquilado, Samantha saboreaba las mieles del éxito. No solo no se había tenido que acostar con aquel capullo, sino que además había ganado una buena suma, teniendo en cuenta el dinero en efectivo que se había llevado y los objetos que podría vender con facilidad. Pero además aún contaba con la incógnita que representaba aquel maletín plateado, capaz de contener infinidad de cosas valiosas.
Una vez más, Sam pensó que le encantaban los clientes como el de esa noche, estúpidos con vidas aburridas, que viajaban a Las Vegas en busca de emociones fuertes y que regresaban a sus ciudades terriblemente humillados. Y es que con idiotas como ese siempre pasaba lo mismo, que volvían a sus casas frustrados e impotentes ante lo sucedido, sin poner ningún tipo de denuncia. El principal motivo era que habían sido robados mientras ellos mismos cometían un delito al haber solicitado los servicios de una prostituta, hecho sancionado con hasta seis meses de cárcel y 1.000 dólares de multa. Por eso Sam iba más que tranquila de vuelta a su domicilio, ya que no era la primera vez que salía totalmente impune de un robo como ese. Al contrario de sentir miedo o nerviosismo, su mente tan solo imaginaba lo que podría contener aquel maletín de aluminio que llevaba a su lado, aunque sabía que no tardaría en descubrirlo…