El calentamiento global ha comenzado un proceso irreversible de cambio en el planeta.
Peligros que permanecían en letargo han despertado.
Antiguas plagas y maldiciones golpean de nuevo.
Pero puede que no sea eso lo más peligroso.
Textos grabados en piedra de civilizaciones desaparecidas hablaban de ellos.
Algunos llegaron a ser gobernantes, adorados como hijos de los dioses.
Otros, sin embargo, simples brutos con una idea básica en la cabeza, alimentarse.
Nadie sabe si fue el poder de un ritual olvidado o la intervención divina pero, estos seres fueron apartados para que la raza humana pudiera prosperar.
Apartados si, pero no muertos.
En hibernación, preservados, despojados de raciocinio y forzados a sumirse en un sueño.
Ahora, por una nefasta combinación de factores, la fuerza del ritual o las causas que los condenaron al olvido se desvanecen.
Debajo de los glaciares en retirada, de los fondos cenagosos de rios y pantanos, de grutas inexploradas o lugares sagrados, levantados hace milenios para sellar y olvidar sus túmulos, algo se mueve.
Una especie emerge de nuevo con furia y está hambrienta.
Pero eso no es lo único aterrador, por todo el mundo se suceden las noticias de ataques de personas que se han vuelto violentas.
Todos tienen algo en común, miden más de dos metros de altura. Algo ha trastocado sus mentes y obedecen a la llamada.
El shock de ver esos actos atroces durante retransmisiones deportivas o captados por cientos de cámaras en las calles, deja paralizados a millones de espectadores.
¿Son híbridos descendientes de aquella especie, que ahora no pueden rechazar el vínculo con sus antepasados?
Puede que lo mismo que ha despertado a su estirpe los haya vuelto locos o les haya hecho recordar.