Aquí os traigo una nueva entrega de las andanzas de nuestro amigo común el caballero penitente.
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Hola a todos.
Aquí os traigo una nueva entrega de las andanzas de nuestro amigo común el caballero penitente.
Si en la anterior tiré del villano protegido por su posición, en esta tiro por aquello de "nunca hay un mago/clérigo a mano cuando hace falta".
“Una vez que tanto el espléndido carruaje, como el grueso de los leñadores se perdieron de la vista, Tudorache el Descarriado se permitió al fin una comida caliente en la posada. Tenía mucho de qué hablar con sus dueños y con el alcalde del lugar. Ya que no había logrado que los aldeanos dejaran en su empeño, estaba decidido a minimizar los daños.
Al entrar en la posada le sorprendió encontrar allí al manco con un cubilete de aguardiente en la mano sana. Por el tono sonrosado de sus mejillas, o era muy mal bebedor, o se había bebido de buena mañana el todo el contenido de la botella que tenía ante sí. A su lado, mucho más sereno estaba el alcalde con su grueso fajín azul y verde anudado a la cintura. La nota discordante en el ambiente la ponía el enjuto posadero, de rostro alargado y patillas entrecanas, que con parsimonia se secaba las manos nudosas en un paño gastado mientras decía:
—Conrado, pienso que ya has bebido más que suficiente por hoy.
—¡Menudo comerciante estás hecho! —ronco de forzar la voz la víspera se mofó el manco— ¡Negar la mercancía al cliente sediento!”
Hola a todos.
Aquí os traigo una nueva entrega de las andanzas de nuestro amigo común el caballero penitente.
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Hola a todos.
Aquí os traigo una nueva entrega de las andanzas de nuestro amigo común el caballero penitente.
“Frustrada su buena intención, Tudorache el Descarriado dio la espalda a la música y los festejos. Mal perdedor, sentía bullir la rabia y el resquemor bajo su pecho. Crispado, apretaba los puños hasta blanquear los nudillos. Por ganas habría empuñado su martillo y aplastado la cara sonriente del tal Dundenis. Pero, consciente de que sus peores decisiones las había tomado en semejante estado de ánimo, el caballero negro volvió directo a los establos. La jornada había demostrado ser ardua y exigente. Necesitaba descansar y sosegar su espíritu alterado.
Entró en la cuadra a oscuras. Mordiscos piafó al reconocerlo. Él se acercó a acariciar el cuello de su montura, cuando oyó movimiento en un rincón. Giró la cabeza y allí estaban un par de ojos brillantes mirándolo fijamente. Antes de que reaccionase, se volvieron y una figura furtiva de larga cola abandonó el lugar.
—Parece que he espantado a tu amigo —susurró a su caballo, que relinchó complacido por la atención recibida.”