"Volviendo grupas, se separaron Iván y Uriah de Daimiel. Sabían que la confianza sobre él depositada se vería correspondida. Antes de regresar por sus monturas aladas, desfilaron por delante de la línea de batalla, comprobando que su disposición respetase el plan trazado, saludando a los contendientes y despertando vítores a su paso.
Los enanos sonaron sus pesados cuernos de guerra. Los humanos, esgembreses, karnolianos y dancos por igual, redoblaron el atronar de gaitas y tambores, golpearon con sus armas los escudos y, ante la sangrienta labor que tenían por delante, olvidaron las diferencias que en su cotidianidad los separaban. Los elfos, en cambio, más contenidos, sin dejarse contagiar por la excitación de sus aliados, entonaron un canto alieno, triste pero preñado de amenaza, que rendía tributo a los caídos en su milenaria lucha contra los adoradores de la Espada y de los Cometas."
"La robusta Anca iba de un fuego al otro, ora retirando un cazo, ahora removiendo el borboteante contenido de un puchero. Mientras, el clérigo enano tomaba con sus largos dedos una generosa porción de bizcocho aún caliente, la partía al medio y aspiraba goloso el olor a mantequilla que emanaba de la miga amarilla.
—Este bizcocho que me has servido ¿no tendrá pasas, verdad? —preguntó antes de llevárselo a la boca.
—No, no, no, no —se apresuró a contestar ella, moviendo en el aire de un lado para otro un limpio cacillo, como si fuera un bastón de mando—. Los de pasas están en la estantería de arriba, reposando.
—Bien, bien —sonrió con aprobación, antes de dar un mordisco y tomar un sorbo de leche tibia, endulzada con miel.
No le gustaban esos aderezos «tan de los elfos», como él decía, con los que endulzaban sus postres los humanos del lugar. Higos, ciruelas y uvas eran susceptibles de secarse, para así conseguir un sabor intenso que a su paladar resultaba empalagoso. Tradición heredada de los fundadores de la ciudad, sin duda alguna."